La música te alcanza por más rápido que corras. Y a veces te impacta de lleno con un fenómeno aberrante. Amo a Miley Cyrus.
Ya salió aquí el tema de los prejuicios y cómo, poco a poco, te vas desprendiendo de ellos, aunque siempre conservas la cantidad suficiente para vadear la mierda con elegancia. Evidentemente, Miley Cyrus cumple con todos los requisitos adecuados para entrar, con honores, en la calificación de “ponga usted aquí el adjetivo descalificativo que prefiera”.
A través de Claudia, primer síntoma, conocí a Miley cuando era Hannah Montana. Veía de refilón su sit-com para niños, partiéndome de risa cada vez que aparecía Achy Billy Breaky Ray Heart Cyrus, su padre. Después seguí su transformación con poco interés, pero he de admitir mi desconcierto ante lo que yo suponía los esfuerzos de una niña mona por resultar fea y chunga.
Su carrera musical me es indiferente. No he escuchado entera ninguna de sus canciones. No, no digo disco, digo canciones. Ni he visto el vídeo de Wrecking Ball. No, nuestro rollo es otro.
Poco a poco comencé a verla de modo distinto. El personaje empezaba a parecerme divertido. Me da igual que lama un martillo, se fume un porro en la tele o se la chupe a un muñeco de goma. Todas esas cosas solo me divierten al imaginarme la cara de su padre ante cada nueva proeza de la nena. No tengo edad para tragármelo como signo de rebeldía ni mucho menos para escandalizarme en modo alguno. Quizá la imagen, las fotos con Terry Richardson, la actitud. Fuera lo que fuera, algo me llamó la atención.
Y entonces surgió el flechazo:
Como suela ocurrir con estas cosas, todo empezó con una broma. Colgué la canción en Facebook para hacer unas risas. Pero al final del día debía de haber visto el vídeo una docena de veces. Y durante la redacción de este texto, van cuatro más. De momento. Ahora ya sé qué me cautivó, más allá de la canción. Fue la frescura de hacer una versión, de un grupo inglés, contemporánea y hacerlo perfecto. En su puta vida Alex Turner va a alcanzar ese final. Dos segundos que siempre tendré en mi cabeza.
En la conversación de obviedades facebookeras que se desató, busqué otras versiones que hubiera hecho Miley anteriormente, con la convicción de que no encontraría nada más que chorradas. Pero Miley estaba empeñada en demostrar que es diferente. Atención puretas: Lilac Wine.
Desde hacía semanas, leía en Twitter que preparaba una versión de los Beatles junto a The Flaming Lips. Preparaba una versión de los Beatles junto a The Flaming Lips. No es una errata. He creído importante repetirlo. Pues bien, tuvo lugar este fin de semana. Simplemente se merienda a Wayne Coyne, nada raro, por otro lado, pero al final es ella la que lleva la canción, el show, la imagen, y lo hace sin peso, a su pedo. De verdad. A su lado, Coyne no es más que un mamarracho con maraca. Pero, un momento, ¿los papeles no están cambiados?
Al final lo he visto claro. Estas cosas son más fuertes que uno mismo. Y sí, ha sido culpa de la música. Una vez más. Y lo más increíble de todo, no a través de su música. Porque así no podía ser, dado que, insisto, jamás he escuchado una canción suya entera. Pero… primero Arctic Monkeys, ahora los Beatles, Jeff Buckley entre medias. ¿Qué te crees?, ¿que no sé leer entre líneas? No te preocupes. Vamos a disfrutar de lo nuestro.
¿Y los demás? Dejémosles haciendo exactamente lo que critican de ti. Juzgar algo solo por su apariencia, por lo que muestra. No por lo que es.